martes, 9 de marzo de 2010

Cierro el Blog

Hasta aquí he llegado, a partir de ahora me voy a quedar callada un tiempo.
Necesitamos un descanso.
Nada más de publicidad sobre mis deseos, nuestros proyectos o sueños.
Y ya no me considero más en excedencia, estoy trabajando full time!
Quizás empiece un cuaderno de espiral, o de esos de hojas cosidas. Y quizás, algún día, pueda abrir otro blog.
Gracias a los que me escucharon, me apoyaron, me criticaron o solamente entraron a mirar.
Hasta luego.

lunes, 8 de febrero de 2010

La socialización o comienzo de la edipización

En “ La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente”, libro de Casilda Rodrigañez y Ana Cachafeiro, estoy encontrando muchas de las respuestas a las preguntas que me llevo haciendo desde que soy madre.
Desde el principio he tenido que oír: este niño tiene mamitis, está enmadrado, tiene que socializarse; constantemente. Desde distintas personas influyentes de mi familia, desde personas que me quieren y quieren lo mejor para nosotros.
Las autoras en el libro explican que el crimen de la Humanidad es la muerte de la Madre. La madre nutricia, jugosa, enamorada de su criatura, que colma sus deseos en una relación de a dos, libidinalmente saciante con su cría. Y la cría que ha habitado durante los meses del embarazo en un hábitat que desea continuar fuera, la extero-gestación.
Hablan de la primera pareja que hacemos con nuestra madre, y cómo tras 50000 años de civilizaciones varias, estamos instalados en el paradigma patriarcal del parirás con dolor, y no con goce y deseo. Falta básica por la que los niños cuando nacen son arrancados del vientre de sus madres y son aislados en un mundo robotizado donde se impide que se desarrollen gracias a su naturaleza deseante de amor. Dicen las autoras que olvidamos los millones de años previos a estos últimos 5000 años donde se ha descubierto una sociedad matriarcal. Una sociedad sin el tabú del sexo, donde el ser humano nace para saciar sus deseos, amar y ser amado, y donde existe la posibilidad del intercambio desde la ayuda mutua.
Cuentan en su libro, que aún no he terminado de leer, que hemos acabado con el deseo maternal, el derretimiento por dentro cuando tienes la criatura, el enamoramiento de ella, y el deleite en saciar el placer mutuo. Ha existido una castración desde El Poder, intencionalmente. Esto en todas las culturas, y desde todas las civilizaciones. Para ello no tratamos a los bebés como seres amorosos, deseantes del contacto físico con la madre, necesitados vitalmente de éste; sino como pequeños perversos, viciosos, el mal que hay que doblegar, domesticar, el mimbre que hay de enderezar antes de que sea demasiado tarde. Me parece que de ahí vienen los Estivilles, el Conductismo Fashion de la Supernany, y demás aberraciones y faltas de respeto a nuestra naturaleza humana. Además de la interpretación freudiana errónea, según las autoras, sobre la naturaleza de deseo del bebé hacia la madre, base del Edipo: una naturaleza que no es falocéntrica, no es deseo de coito, sino de amor en su estado más amplio: amor maternal. El Complejo de Edipo y su interpretación por el psicoanálisis que basa la necesidad de desapegar a la criatura de su madre, socializándola a través del padre. Como si las madres no pudiésemos hacer una socialización completa, como si las mujeres fuésemos entonces esos seres perversos que solo quisiéramos saciarnos a nosotras mismas, volvemos a la idea de la mujer incompleta (claro, nos falta un pene), o enloquecidas (quizás por el útero: listero en griego, de ahí la histeria).
Admitimos tratar mal a los niños, pasamos por alto faltas de respeto a su dignidad como personas íntegras que son desde que nacen, por el hecho de ser niños. Son semi-personas. Y así nos va, nuestra civilización tiene unas tasas altísimas de psicosis, neurosis, depresiones, enfermedades psicosomáticas, dependencias afectivas a sustancias o relaciones destructivas, y sigue.
Por eso, ahora que mi niño ya tiene dos años, cuando toma pecho, me miran mal: le estás enviciando. Si temo llevarle al colegio aún: me dicen que es más un problema mío que del niño, soy yo la que estoy haciendo un niño dependiente, inseguro, insociable, y, ya el colmo: un posible pervertido, un mimado, un caprichoso, un hijo único; alguno ha ido más allá y en un arranque de profeticismo me a alertado de una posible homosexualidad (encima, homofobia).
Voy a seguir leyendo el libro, que recomiendo encarecidamente, y a sentir cómo las tripas se me revuelven con el mismo. Está siendo muy esclarecedor y muy reconfortante al mismo tiempo.

martes, 12 de enero de 2010

Vuelta a la soledad compartida.

Después de tanta fiesta navideña me encuentro de nuevo en casa. Llueve, nieva, hace un frío tremendo. Solo salimos a por el pan, resguardados bajo un paraguas, abrazados, y nos refugiamos otra vez en la cueva. Mi niño es feliz en estas cuatro paredes. A veces añoro la calle, su bullicio, sus gentes, sus cafés. Y sé que llegará de nuevo la primavera. Donde no hay que ponerse abrigos que pican, gorros que aprietan, bufandas que agobian. Y a lo mejor entoces me pedirá salir de casa. De momento vamos a lo imprescindible. Llora cuando le informo de que hay que ir por suminstros, o hacer alguna visita, o dar una vuelta al perro. No quiere salir de casa. Se resiste a las transiciones, a los cambios. Y no estamos aquí para luchar, ni para ejercer el poder jerárquico del más fuerte.
Deben de ser los excesos de las fiestas, que se pagan así.
Otros se ponen a dieta.
Nosotros volvemos a la soledad compartida.
Y desde esta isla, oteamos el horizonte: "terra a vista", dice mi pirata.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Rabietas

Mi niño se despertó de la siesta, llorando, gritando. Me acerqué para consolarlo, pero no me dejó. Me apartaba con violencia. Mi niño es un ser cariñoso, amoroso, blandito, una ternura. Se había despertado siendo otro. Gritaba, pataleaba, se estiraba de los pelos, retorcía sus pequeñas manos como apartando algo que yo no podía ver. Pensé que quizás estaba soñando, y le dí unas caricias, se enfadó mucho más. Si le hablaba, se ponía peor; si le cantaba, gritaba: “no, no, no mami, no”. Y entonces recordé haber leído algo sobre las rabietas. Algo que tenía que ver con respetar su proceso interno. Tomé aire y me dispuse a acompañarle. Me vi asomada a una ventana distinta.

Miré el reloj, quería comprobar cuánto tiempo llevaría aquello, y cómo lo llevaría yo. Me senté en la cama, cerca, pero dejándole sitio para que pudiese retorcerse, rodar, patalear, bracear, estirarse y encogerse a su gusto. Puse unas almohadas en el cabecero para evitar que se golpease. Le hablaba bajito, casi con un susurro, para no molestarle, pero suficientemente firme para que notase que estaba allí con él. Le decía cosas como: “estoy contigo, estoy aquí, si me necesitas estoy aquí, a tu lado, estás haciendo un trabajo muy intenso, tienes mucha rabia, tienes mucho enfado, puedes sacarlo todo, te quiero, estoy de tu lado, estamos bien, toma el tiempo que necesites, estamos bien...” Al principio mis palabras me sonaban raras, hablarle de esta forma a un bebé de casi dos años no es muy habitual, y aunque sí lo es entre nosotros, nunca antes habíamos necesitado de este momento de rabieta. Para los dos era una situación nueva.
Mi niño necesitó veintiséis minutos. Acabó sudando, agotado, y rodando hacia mí me dijo: “teta”. Se acurrucó en mi pecho y se quedó dormido.

Yo he necesitado más de una semana para digerirlo.
He necesitado revivir mis propias rabietas de niña, hablar con mi madre. Ella las recordaba muy bien, aún con mucha emoción contenida. Su vivencia como madre dista mucho de la mía como hija, y ambas siendo madres, tan diferentes. Cada cual desde un lugar distinto.

He tenido que elaborar un trocito más de mi propia historia para entenderme, para aceptarme, para quererme más. Ahora sé qué ocurre. Sé que si no se sacan en su momento, en su forma, con un buen acompañamiento, sin culpabilizarnos, sin guerras de poder, sin pretender transformar nada ni reprimirlas, entonces, hay esperanza. Para liberarnos de la rabia de forma sana. Para no llevarla anclada durante años en el cuerpo, y que salga en forma de enfermedad o de agresión.

A la semana volvimos a repetir rabieta. De nuevo al despertar de la siesta. Y esta vez estaba junto a mí su padre, sorprendido, respetuoso. Me encontré más cómoda que la primera vez, y más apoyada, sentía que no quería ver a mi hijo sufrir al mismo tiempo que orgullosa de él. Hizo un trabajo impresionante. Cuando terminó se quedó en silencio, le dije: “¿has terminado?”, “sí, ya, teta” dijo tranquilo. Se acurrucó un momento, y después se puso a jugar, su cara, aún sofocada, reflejaba una felicidad inmensa.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

La gestion de la crisis.

Parecería que estoy perdida, fuera de órbita. Hace un montón de meses que este blog no se ha actualizado. Sin embargo, sigo aquí y más conectada que nunca, con la conciencia más abierta.

No puedo evitar sentirme preocupada por la sociedad que voy viendo a mi alrededor. Pienso que me estoy volviendo cada vez más exigente, más analítica, más incisiva. Conmigo misma y con los demás. Por ejemplo, si escucho la radio, la de siempre, la “mía”, me parece superficial, no se tratan los temas en profundidad, parece que la actualidad va tan deprisa que no permite una reflexión. Pienso ahora en el secuestro del barco, el Aracrana. Y me quedo alucinada, parece que si alguien pregunta: ¿qué hacen allí pescando?, ¿es que no se puede dejar de ir a esos sitios tan peligrosos?. Parece que si preguntas, estás fuera de onda. No toca preguntar eso, sino cómo se gestiona “la crisis”. Pero si la crisis es la del mar, el agotamiento de la pesca, los caladeros abandonados porque ya no hay peces comestibles suficientes, la contaminación de las aguas, el hambre y la pobreza extrema de los países del sur, la falta de salidas y vida digna para la gente que, o se vende a las armas, o se muere de hambre. Y la falta de valores humanos, de alegría, de esperanza en una vida mejor. Y otras tantas cosas que están ahí solo para que las miremos, pensemos, reflexionemos y tomemos conciencia. Pero parece que a nadie le importa mucho.
A lo mejor, soy yo. Que desde que me he vuelto vegetariana pienso en lo pequeño. Pienso en mi hijo, en el planeta que le quedará tras nuestro paso. Y me descubro identificándome con la madre que acuna a su hijo africano, a miles de kilómetros de distancia, a solo unas horas de avión. Pensando qué futuro tendrá su criatura, si te tocará ser pirata, o esclavo de quién.

A lo mejor soy yo la fatalista, la agorera, la Casandra.

¿Y dónde queda el sentido común?. Dicen que los pescadores tienen que ganarse el pan, sí pero los tiempos cambian constantemente, y a lo mejor toca un cambio gordo. También se lo ganaban los gancheros que bajaban troncos por el Tajo, y los cazadores de mamut, hasta que es extinguieron. Somos una especie de borregos raros. No nos damos cuenta de las cosas hasta que las cosas se dan cuenta de nosotros.

Y sigo así. Dándole vueltas a las cosas. Qué se le va a hacer. Porque sigo creyendo que otro mundo es posible.

sábado, 31 de octubre de 2009

jueves, 6 de agosto de 2009

2 Agosto, 2009. Luanco.

Llegamos esta mañana, salimos pronto, buscando la complicidad de la madrugada para que el niño viniese dormido, y no lo hizo hasta mitad del camino. Debía de notar nuestra excitación por las vacaciones, tan deseadas y necesarias este año. Casi no me acuerdo de cómo viví la espera de ellas el verano pasado, debía de estar tan enfrascada de mi reciente maternidad que me daba igual un sitio que otro. Este las he cogido con tantas ganas que los últimos días se me han hecho insoportables, demasiado calor, demasiado cansancio, demasiado trabajo hacer la maleta. Estaba deseando llegar aquí, donde mi madre, fiel asistente, ayuda inestimable, sabia silenciosa que, no compartiendo ni la mitad de mis maneras de hacer, asiente y respeta, colabora y apoya. Y como no, nos tenía la comida preparada. Sabe a gloria, sobre todo cuando no tienes que pensar qué hago hoy, qué compro, cómo me organizo. Solo descansar. Solo disfrutar.
Y nada más desembarcar, me encuentro una amiga de la infancia. Jugábamos juntas, bueno, con ella y con sus cinco hermanos. Recordamos cómo pasábamos el día en la calle, incluso cómo nos preparaban aquellos bocadillos de cena para tener más tiempo para jugar. Las excursiones, las escapadas, los escondites, solos. Jugábamos sin la mirada aprobadora o la censura de los padres, eso podría venir después si no quedaba más remedio que rendir cuentas. Una época en la que no había móviles, ni chalecos reflectantes para ir por las carreteras de pueblo en pueblo. Solo nos acompañaba su padre cuando había chorizada en la Isla del Carmen, por aquello de encender fuego, supongo. Y entonces era uno más, nos reíamos, cantábamos, contábamos chistes, bromas sin picardía. Claro, de eso último muy poco, porque aunque nunca lo dijeron abiertamente, eran del Opus. Ese tema no se mencionaba, nuestras diferencias eran patentes, pero no nos importaban. Recuerdo aquello como otra característica más, son muchos en casa, rezan al medio día, van a misa por la tarde, siempre están juntos, hay una jerarquía de mando en casa, se organizan muy bien, la madre está de nuevo embarazada, ya no conocemos a los pequeños… Pero nunca dijimos nada raro o despectivo en mi casa, y yo me encontraba tranquila. Mis amigos eran aceptados. Hoy es una madre de familia numerosa, tiene 5 niños. Preciosos, guapísimos vestidos iguales, esos niños educados que te saludan con un hola qué tal, y no te dan la mano no sé porqué. De esos que quedan bien en cualquier parte, los puedes llevar a un restaurante, a merendar, a visitar un pariente, a donde quieras, no dan guerra, no molestan, no se les oye a penas. Saben estar. Solo usan la maquinita en el coche, y la comparten por turnos de 10 minutos. Han estado de turismo por Castilla, vistando catedrales, interesándose por todo. Y los padres parecen que no hacen nada, les sale expontáneo, sin esfuerzo, los niños ya se organizan solos, se ayudan unos a otros, y la madre dice que está de vacaciones, que está descansando mucho y vive como una señorona.
Ahora pienso en mí. En mi niño, en mi marido, en mis vacaciones y en mí como señorona de mi casa. Estoy un poco preocupada en cómo vivirá Pelayo su experiencia con la arena. Ultimamente no soporta el roce de la tierra con la piel de los pies. Pica, pica, dice. El agua sí le gusta mucho, pero claro, en la playa hay arena por todas partes, y es inseparable del agua. ¿Cómo lo hará?. Quizás necesite que esté llevándole en brazos un tiempo, claro que no sé cuánto tiempo será, a lo mejor un par de días, o menos, o más. Es un misterio. A lo mejor llora, pide que nos marchemos de allí. Como le pasó en la piscina el otro día, por la hierba. Y es posible que pueda descubrir la arena, con un montón de posibilidades interesantes. Necesitará nuestra compañía en ese proceso. Nuestra paciencia, nuestro apoyo y saber estar a su lado. Tengo intención de acompañarle en ese descubrimiento, pase lo que pase. Sigo siendo su campamento base, no hay prisas en que el pequeño explorador decida irse solo a pasear.
Mi hijo, con sus 19 meses no es el típico niño sonriente que se va con cualquiera. No. Es el otro, el que te observa fijamente, sin apenas sonrisa si no te conoce, no te hablará, se esconderá tras mi cuello, y necesitará un tiempo prudencial hasta que él considere. Quizás no le gustes nunca, o quizás enseguida entable una relación contigo. Depende solo de su criterio. No es un niño de esos para enseñar: besa a fulanita, saluda, cómo se dice. No es de los que se ponen por delante en plan carrocería de muestra: mira lo que sabe hacer el niño, o lo gracioso que está. No es un niño del que tengamos que presumir o que temamos ser juzgados por lo que haga o diga. No es el independiente. Ni el autónomo. Ni siquiera el introvertido o tímido que se guarde sus cosas. Mi hijo es una persona íntegra. En crecimiento, en fase de aprendizaje, con necesidad de estar acompañado por sus padres en este momento vital. Necesita sobre todo que le miremos, y que le veamos tal y como es. Por eso me asusta mucho los domadores de niños, los que tratan de educarles, de enseñarles, de corregirles, de doblegarles. Me horrorizan los que presumen de cómo son los niños de dóciles, de independientes, de educados. Porque nunca hablaría así de un amigo, de mi pareja o mi madre. Es una falta de respeto por su individualidad, ignorancia absoluta de lo que es un niño, y una falta grave de ética. Independientemente de la religión que profesemos, de la ideología que tengamos, o del dinero que manejemos en esta economía de libre mercado. Los niños no son bienes de consumo de los padres. No son inversiones económicas , tampoco son los productos evaluables del estatus adquirido. No se mide el amor por resultados, sino por el amor actual. En esto no vale aplazamientos.
Por eso, porque le tengo un profundo respeto como ser humano, estoy a su lado. Y si pide teta, brazos, mimos, sentarse un ratito en el suelo, o jugar con el agua del bidé, pues aprovecharemos el tiempo de vacaciones, donde los ritmos son lentos. Aprovecharemos para ver a la familia, pero no rendiremos cuentas de lo bien o lo mal que nos ha ido este año, y por supuesto defenderemos este espacio íntimo de crianza con uñas y dientes, que cada cual haga lo que mejor le parezca. Compartiremos durante este mes la alegría de estar juntos, de querernos, de estar vivos, y de seguir aprendiendo cada día un poco más. Y ahora, sí, me siento como una señorona veraneante. Ahora sí.